Monday, October 7, 2013

Hoy


La vida después de la muerte es la preocupación eterna de la raza humana: ¿Qué sigue a continuación? ¿Hay algo más? Y si hay algo más, ¿qué es? ¿Acaso pasearnos por las calles de oro de Jerusalén… el fuego del infierno… los castigos del purgatorio… una vida sombría sirviendo los caprichos de médiums y ‘canalizadores’… transmigrar hasta convertirnos en una vaca o jirafa?” Pero en el siglo veintiuno, menos personas parecen estar haciendo esa pregunta. En mi propia experiencia como pastor en los Estados Unidos durante cincuenta años, es una pregunta que pocas veces escucho. Y la frecuencia con la que la escucho es cada vez menor. Vivimos en una era —al menos en el afluente mundo occidental— en la que las espléndidas comodidades de los consumidores y las asombrosas proezas tecnológicas contribuyen firmemente a una sensación de muerte diferida y, entre algunas personas, a ilusiones incluso de inmortalidad. Y si la podemos posponer lo suficiente, quizás, quién sabe, no va a suceder.

He sido un oyente y participante activo en la fe cristiana toda mi vida consciente y, francamente, estoy aburrido con la mayoría, aunque no todas, las charlas sobre “los cielos y el infierno” que escucho. Parecen aunar nuestras fantasías de niños y egoísmos de adolescentes, proyecciones de lo que nos imaginamos que nos daría una eternidad de gratificación propia y un satisfactorio merecido a las personas indeseables que han hecho que la vida, como imaginamos que debería ser, sea imposible de vivir.

La respuesta de Jesús a su vecino en Gólgota se concentra y simplifica las preocupaciones de “la vida después de la muerte”.

Frederick Buechner, un novelista que me gusta mucho, describe en sus memorias una conversación con su madre. Ella le pregunta si él realmente cree que “algo ocurre después de la muerte”. Debido a la sordera de su madre, él tiene que gritar su respuesta: “¡SI!” En una carta en la que amplía su respuesta, el hijo testifica a su madre que su fe se basa en “un pálpito”: “si las víctimas y los victimarios, los sabios y los necios, los bondadosos y los malvados, todos terminan de la misma manera en la sepultura y ése es el fin, entonces la vida no sería más que una oscura comedia”. A continuación, le dice a su madre que la vida “es como un misterio. Uno siente que en lo más profundo de ella hay ‘Santidad’” .

Si lo colocamos junto al fragmento de la oración de respuesta de Jesús al criminal en la cruz, eso me parece correcto. Jesús le promete a su compañero “hoy” en el paraíso, o sea, el cielo. Y ahí lo deja. Sin especulaciones. Sin conjeturas sobre qué más, aparte de Jesús, está involucrado. ¿No es suficiente? Una afirmación clara y contundente (“te aseguro”, que equivale a un SI en voz alta) y la bendita seguridad: “conmigo”.

Me parece significativo que sea un criminal crucificado el primero en reconocer que Jesús en la cruz es su salvador y, sin calificaciones morales ni justas, sea salvo. Y en el mismo momento de su oración: “acuérdate de mí”, se concreta su salvación: “hoy”.

Hay más cosas que comprender sobre la vida después de la muerte, pero ¿qué más necesitamos aparte de esto: que algo ocurre después de la muerte y que Jesús estará allí? La eternidad no es un futuro perpetuo sino perpetua presencia.

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Tomado de "Así Hablaba Jesús"
©Editorial Patmos • Usado con Permiso
Foto Cortesía de Thomas Hawk
Usado Con Permiso Bajo Licencia Creative Common

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