Friday, May 31, 2013

Profanar El Tiempo Es Profanar la Vida

La hermana Lychen me preparó para la cualidad de vida de Génesis 1. Génesis 1 no está apurado. Y Génesis 1 no deja las cosas para más adelante. Entre las muchas profanaciones de la creación, la profanación del tiempo ocupa uno de los primeros lugares… El tiempo es el medio en el que llevamos a cabo toda nuestra vida. Cuando se profana el tiempo, se profana la vida. Las evidencias más visibles de esta profanación son el apuro y el dejar las cosas para más adelante: el apuro le da la espalda al don del tiempo en un intento de aferrarse de manera compulsiva a las abstracciones que puede poseer y controlar. El dejar las cosas para más adelante pierde de vista el don del tiempo al no prestarle atención a la vida de obediencia y adoración mediante la cual ingresamos a la “plenitud de los tiempos”. Ya sea que nos aferremos apurados o que no le prestemos atención y lo dejemos para más adelante, el tiempo es violado.

Yo me crié en una cultura espiritual que despreciaba, por no decir desdeñaba, el tiempo. El tiempo, el tiempo ordinario, era tan sólo “dedicar tiempo” hasta que la intervención final de Dios le pusiera fin al tiempo y marcara el comienzo de la eternidad. Entretanto, había mucho que hacer: testimoniar a nuestros amigos, enviar misioneros, celebrar reuniones en las calles, ir todos los domingos por la tarde a las cárceles para cantar y predicar a los prisioneros. Pero nada atrapaba nuestra atención por demasiado tiempo. Teníamos que estar seguros de que estábamos listos y luego apurarnos y preparar a todas las personas que conociéramos para el final, el rapto, la segunda venida de Jesús. No teníamos tiempo para nada: sólo unas breves vacaciones, pero nada de tiempo para ir a la universidad y nada de tiempo para juegos. El tiempo ya estaba llegando a su fin. No se honraba al tiempo por sus propios méritos; su único valor residía en prepararnos para el final de los tiempos. El tiempo final era el único tiempo sagrado. Todo lo demás, días y semanas, minutos y horas, tenía que usarse en el servicio de final de los tiempos. Si no lo usábamos para algún proyecto santificado o alguna meta ungida por el Espíritu, estábamos perdiendo el tiempo.

La hermana Lychen (todos los adultos en nuestra pequeña congregación eran una “hermana” o un “hermano”) era una figura importante en este mundo. Era anciana, muy pequeña, de cinco pies de altura que cada vez eran menos. Vivía en una pequeña casa en nuestro vecindario. Las persianas estaban siempre cerradas. A menudo, pasaba yo con mi bicicleta frente a su casa. Jamás la vi salir de su casa siempre oscura salvo los domingos cuando la pasábamos a buscar para llevarla a la iglesia. Durante el tiempo de testimonio y oración, con regularidad litúrgica en nuestro culto Pentecostal que desafiaba la liturgia, ella se ponía de pie y decía que nuestro Señor le había revelado que ella no moriría antes de su segunda venida en la gloria. Le había dicho que ella sería arrebatada junto con todos los santos en las nubes para encontrarse con el Señor en el aire (1 Tesalonicenses 4.17). Todos los domingos. Palabra por palabra. Yo estaba muy impresionado. Cuando tenía ocho años, comencé a calcular cuánto tiempo me quedaba en la tierra, porque daba por sentado que yo también sería “arrebatado”. Ella tenía por lo menos noventa años de edad. Dada su creciente debilidad y pérdida de estatura: cada año perdía una pulgada de altura, me imaginé que ella podría vivir algún tiempo todavía y por lo tanto el rapto no tendría lugar hasta pasados otros cinco o seis años. Cuando viniera el rapto, yo iba a tener catorce años. Eso significaba que nunca iba a manejar un automóvil. Estaba muy decepcionado.

Cuando cumplí los diez años, la hermana Lychen falleció.

Aún puedo recordar mi confusión durante el servicio fúnebre. Me quedé esperando a que el Pastor Jones dijera algo sobre la Segunda Venida, pero no dijo nada. Silencio. El siguiente domingo, uno de los pilares de la experiencia de adoración de mi niñez se había desvanecido. El edificio aún estaba de pie. La congregación de siempre estaba aún allí. Todo estaba intacto. No había ningún rapto. Y nadie parecía notarlo. Los diez años no son una edad propicia para entender los asuntos escatológicos, de modo que a la larga los dejé de lado. Dos o tres años más tarde entré en la adolescencia, la edad en que la biología virtualmente destruye la escatología: todo era presente, ahora, inmediato, directo, con ninguna conexión entre el pasado y el futuro. El pasado y el futuro cobraron una existencia sombría.

Pero eventualmente me encontré lidiando con ello otra vez. Abriéndome camino para llegar a ser un adulto, estaba leyendo mi Biblia con mayor diligencia, prestando atención a la manera en que se debía vivir este evangelio de Jesús y no conformarnos con hablar sobre él, dar testimonio, estudiarlo o memorizarlo. Poco a poco me di cuenta de que ese tiempo ordinario no es lo que el pueblo bíblico tolera o soporta o pasa corriendo mientras espera que llegue el final de los tiempos y se lance a la eternidad. Es un don mediante el cual participamos en la obra presente y cotidiana de Dios. Por fin lo entendía: el tiempo final influye en el presente, en el tiempo común y corriente, no despreciando o denigrándolo sino cargándolo, llenándolo con propósito y significado. El tiempo final no es un futuro que esperamos sino el don de la plenitud de los tiempos que recibimos con adoración y obediencia mientras ingresa fluyendo al presente.

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Fausto Liriano • www.veldugo01.com
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Foto Cortesía de Thomas Hawk
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